He dado algunas vueltas antes de decidirme a dedicar la columna de hoy al tema que la ocupa. No es otro que lo que un sujeto, llamado Enrique Sardá i Valls, catalán de Barcelona, donde nació en 1952, escribió, refiriéndose a la presidenta de la Junta de Andalucía, en un acto en que, cumpliendo con sus obligaciones protocolarias, acompañaba a la reina de España en un acto celebrado en Málaga donde se reunían los directores de los centros del Instituto Cervantes.

Sarda i Valls, escribió literalmente: «Verano tórrido. Hay q ver q. ozadía y mar gusto la de la susi. Mira q ponerse iguá que letirzia. Cm se ve ke n.sabe na de protoculo ella tan der pueblo y de izquielda. Nos ha eso quedar fatá a los andaluse. dimicion ya». La parrafada, con la que pretendía insultar a la presidente a Andalucía, y de paso a todos los andaluces, no tiene desperdicio y no merecería comentario alguno si no fue porque este catalán deja caer, en esta excrecencia gráfica, un nos que lo incluiría como andaluz. No, un sujeto como usted no puede considerarse andaluz, pese a que aquí, por universalismo -lo sostenía Blas Infante dejándolo acuñado en el estribillo del himno de Andalucía, cuando señalaba: Sea por Andalucía Libre, España y la Humanidad- admitimos a todo el mundo que quiera sentirse de esta tierra. A nadie le pedimos ocho apellidos andaluces. Andaluz es algo de lo que Sardá i Valls está muy lejos de ser como revela la zafiedad de su comportamiento en ese lamentable escrito que no llega a texto y que se apresuró a borrar para tratar de sacudirse las consecuencias derivadas de todo el veneno que inoculaba en él y que nos revela cuál es su catadura.

No es la primera vez, por lo que hemos podido saber, que Sardá i Valls, catalán de Barcelona, es protagonista de situaciones lamentables que tienen muy poco de… diplomáticas. Pero, al parecer, sólo al parecer, quedaban en el ámbito estrictamente privado donde cada cual hace lo que considera oportuno, lo que no exime de la responsabilidad derivada de sus actos y mucho menos cuando se ostenta una representación pública, que en su caso es la de todo un país en el exterior. Supongo que esas situaciones son las que le han llevado a desarrollar una brillante carrera diplomática. Era cónsul de España en Bogotá allá el año 1967 -por la fecha ese debía de ser su primer destino diplomático- cuarenta años después sigue desempeñando el cargo de cónsul al que su estupidez ha puesto un final algo más vergonzoso porque el ministro de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis, andaluz de Jerez de la Frontera, no ha titubeado ni por un momento a la hora de cesarlo de manera fulminante y, por lo que sospechamos, ponerle punto final a su trayectoria diplomática. Algo por lo que hay que aplaudir al ministro, tanto por la decisión tomada, como por actuar con una prontitud que al señor Sardá y Valls le parece «en caliente», olvidando ese viejo refrán que dice: «El llanto sobre el difunto».

Susana Díaz no es santo de mi devoción. Pero es mi presidenta y cuando se trata de insultarla a ella y de paso a los andaluces, con excrecencias como la que ha firmado Sardá i Valls, catalán de Barcelona, me identifico totalmente con ella y, desde luego, estoy a su lado.

(Publicada en ABC Córdoba el 5 de agosto de 2017 en esta dirección)

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